Relato Mª Dolores Alonso López (Mayoli)

Resulta indudable que el trabajo social no sería una profesión tan especial sino fuera de la mano de los procesos creativos. Nuestra profesión, más allá de limitarse a meros trámites burocráticos y protocolos sin más, requiere de ciertas habilidades propias que procuran enriquecer nuestro modo de acompañar e intervenir.
Si bien es cierto todas conocemos herramientas para llevar a cabo una entrevista inicial, por ejemplo, cada una pone su esencia en ella, y es muy probable que haya quien haga entrevistas con preguntas abiertas, otra mediante dibujos o música y otra poniendo en orden las ideas de quienes tenemos en frente con la ya archiconocida línea de la vida.
De cualquier forma, lo verdaderamente importante es saber llegar a lo que la otra persona necesita haciéndole sentir segura en nuestro espacio y con nuestra presencia.
La invitada al Club de Liderazgo en el mes de mayo utilizó toda su experiencia para, antes de comenzar a contarnos, ponernos en contexto a través de canciones que nos sacudían un poquito por dentro y que hacía que nos sumergiéramos en su modo de ver el mundo y la profesión. Ella fue, nada más y nada menos, que la gran Ma Dolores Alonso.
Seguramente, presentada de este modo difícilmente la reconozcan. Casi no se reconoce ni ella cuando se vió descrita de esta manera en el cartel de difusión. Así que…
¡REBOBINAMOS!
Ella fue, nada más y nada menos, que la gran MAYOLI ¡Ahora sí!
Mayoli inició la primera toma de contacto con las que estábamos allí presentes conectando al altavoz su móvil y dándole al play una canción de Pedro Guerra, ‘Dirán’, que pocos conocíamos. Todo ello para introducirnos en la sensación constante con la que ha vivido sus más de 20 años de experiencia en justicia juvenil. Nos introdujo, pero bien…

“Los expulsados, los excluidos, los explotados, los exhibidos,
los no explicados, los extinguidos, los no explorados, los exprimidos,
los penetrados, los perseguidos, los postergados y los perdidos,
los pateados, prostituidos, los persignados y los prohibidos,
las amarradas y adormecidas, las afectadas, las absorbidas,
las apagadas, las abstraídas, las abusadas y aborrecidas,
las rematadas, las retenidas, las repudiadas, restituidas,
las reservadas, retransmitidas, las refugiadas y reabsorbidas—

Algo dirán, dirán, dirán, dirán.
Algo dirán, dirán.
Algo dirán, dirán, dirán, algo dirán.”

Comenzó su intervención habiendo roto una pequeña parte de nosotras para que lo que acontecía entrara de lleno en nuestra piel y nuestra alma.

Algo parecido ocurrió en la segunda parte de la sesión, por supuesto tras la famosa merienda con croissants que nunca falta en nuestro Club y a la que hay que poner freno cada último martes del mes si queremos salir de allí a las ocho de la tarde.
La compañera, esta vez, quiso introducirnos, también mediante la letra y melodía de una canción, en el modo en que ella misma se percibe y en cómo desea ser percibida.

“Hoy no me pesan
los complejos ni los miedos.
Apunté alto
y rocé el cielo con los dedos. Ya puedo decir mucho más que los valientes de sofá,
criticando desde casa a los que salen a luchar.
¿A qué te dedicas con todo lo que has hecho?
¿Cómo es que ya no te dedicas al derecho?
Una persona tan formada haciendo esto.
Sinceramente, siento pena cuando escucho a tanto necio,
tratando de sentirse grande
haciendo a otros más pequeños.”

Así fue como con ‘Valientes de sofá’, de Paula Mattheus, Mayoli, con valentía – valga la redundancia -, decidió abrirse en canal frente a unas cuantas personas desconocidas, pero conectadas entre sí por una profesión que nos hace perseguir, con fervor y pasión, el camino de la lucha por un mundo más justo y equitativo.
Nuestra compañera inició su andadura en lo social teniendo como referente a su tía, quien fuera una de las primeras trabajadoras sociales en canarias. Era muy joven cuando finalizó los estudios, así que con el deseo de seguir formándose decidió trasladarse a Madrid a estudiar sociología y, a posteriori, continuó con el doctorado.
Tras salir de un periodo de crisis, y haber hecho algunos voluntariados y otros procesos de investigación, consiguió el que fuera uno de sus primeros trabajos remunerados: socióloga para un proyecto de sensibilización de menores infractores.

Todo ello coincidió con la ley aprobada en el año 2000 (Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores (LORPM)), que transformó la manera en la respuesta educativa que la sociedad daba a los menores infractores. Fue entonces cuando Mayoli se vinculó a la Fundación Ideo.
Comenzó con una investigación, junto a una compañera de Tenerife, sobre las distintas funciones y medidas asociadas a la Justicia Juvenil. Nueve meses de trabajo que le permitieron profundizar en un ámbito que, tanto para ella como para la sociedad en general, resultaba prácticamente desconocido. Lo hizo, no precisamente por las condiciones salariales, que era bien precarias incluso en aquel entonces, sino porque lo consideraba
una inmensa oportunidad para enriquecerse como profesional.

Mayoli siempre tuvo claro que quería dedicarse a la formación, de un modo u otro, así que su camino siempre se dirigió hacia ese destino. Tanto es así que, además de ambas carreras y el doctorado, también obtuvo el título de Máster del profesorado.
Cuando la oportunidad de llevar a cabo su función como trabajadora social especializada en la formación llega, lo hace de la mano de la misma Fundación Ideo coincidiendo con la apertura de los recursos para jóvenes que se encontraban inmersos en procedimientos judiciales. Esto ocurrió en 2004, y continuó (y continúa) los 21 años siguientes.

Dudé, no les quiero mentir, pero quise probar.

Y parece que le gustó.
Los primeros días fue bastante intenso para nuestra compañera porque la estructura de un centro cerrado para menores es ciertamente impactante. Nos cuenta que, para llegar a su oficina, tiene que atravesar hasta cuatro puertas de seguridad y un control. Además, en sus inicios, al haber sido aprobada la ley, los chicos que salían de prisión con edades comprendidas entre 16 y 18 años accedían directamente a la Montañeta.

Venían curtiditos. Decía.

Yo recuerdo el primer día que comencé allí. Ya se había ido una compañera de promoción que había dicho que no desde el primer momento. Luego otro compañero que había durado cuatro horas y ya no les quedó más remedio que llamarme a mí.
Al entrar, me encuentro con un chico que se agarraba de las rejas y no paraba de gritar: “te voy a matar, te voy a matar”. Y, claro, yo decía: ¿esto es en serio? Al final supe que no era más que un papel que estaba interpretando, dadas las condiciones en las que había vivido a lo largo de su corta vida. Fue un niño al que, además, no le ha ido mal.

La trayectoria de Mayoli ha estado siempre vinculada a La Montañeta, que ya es decir, hasta agosto del pasado año. Fue entonces cuando le surgió la oportunidad de salir del programa, y no quiso desaprovecharla. Lo cierto es que resaltaba que se sentía en forma, que en ella no había aparecido el famoso síndrome de la persona quemada. Sin embargo, emocionalmente consideró que necesitaba un respiro. Pensó que el cambio era importante, no solo para ella, sino también para los chicos.
Lo hizo dentro de la misma Fundación, pero esta vez en el Programa de Intervención Familiar. Durante la sesión, hablábamos de la importancia de una intervención adecuada con las familias, que al fin y al cabo son el origen de muchas de las grietas por las que los menores acaban en situaciones de absoluta vulnerabilidad. Y, cómo no, también es desde ahí – desde la familia – donde nace el cambio si realmente se busca su reintegración.

Yo decía que si no me dedicaba al trabajo social quería ser deportista. Y, bueno…
entre eso y La Montañeta no hay tanta diferencia… Bromeaba.

Ahora, aunque sea por una etapa breve, Mayoli se encuentra más tranquila, enfocada en la raíz del problema. Siente que ha vuelto al origen. Ya su trabajo no se centra solo en los chicos de La Montañeta, sino también en las familias de todos aquellos que cumplen medidas judiciales en los distintos programas de la Fundación – Tabares, Grupos de Convivencia, entre otros -.
Ella confía en los cambios para mejor. Cree que, desde que comenzó, ha habido una transformación social muy positiva. Hay esperanza. Los jóvenes en situación de dificultad ya no están tan estigmatizados. Se cree en la reeducación y en la capacidad de las personas,
incluso cuando sus entornos no favorecieron su crecimiento. Por fin, se empiezan a dar respuestas más humanizadas.
Eso sí, también describe su mayor frustración: muchas veces, la sociedad va muy por detrás de la realidad que se vive, y la legislación tarda demasiado en adaptarse a las necesidades.
Me atrevo a preguntarle cómo se ha mantenido tan fuerte, sin una baja, en los 20 años.
Destaca el autocuidado como base: procesos personales, autoconocimiento… Nos cuenta que desde el principio sintió la necesidad de crear espacios propios para seguir desarrollando su creatividad y no desconectarse de sí misma. Sentía, incluso, que su posible TDAH innato se estaba viendo favorecido por la dinámica de trabajo, y que, si no ponía freno, terminaría perdiendo el norte.
La primera vez que vivió un caso de homicidio – cinco jóvenes que asesinan a un hombre mayor en la calle -, tuvo claro que necesitaba hacer un proceso intrapersonal importante para poder abordar esas situaciones desde la profesionalidad y el cuidado. Acudió a sesiones terapéuticas, encontró apoyo en sus compañeros y se apoyó también en el deporte.

Practico marcha nórdica y compito a nivel autonómico. Ahí se me va toda la
ansiedad. Nos contó.

A lo largo del tiempo, también asistió a cursos formativos que le ayudaron a autoexplorarse:
psicoanálisis, psicología de las regresiones, escucha activa… Todo ello fue sumando herramientas para su vida personal y profesional.
En este recorrido, ha observado cómo la realidad ha ido transformándose. Si bien hace unos años era muy habitual acompañar a jóvenes implicados en situaciones de violencia filioparental, hoy observa un preocupante repunte de agresiones sexuales. Mayoli destaca
que son perfiles muy diferentes, y que, aunque a simple vista no presentan grandes carencias, es necesario profundizar mucho para comprender las verdaderas raíces del conflicto.
Lo dice incluso en tono jocoso, como quien se ríe de sí misma: “Ya empezaba a rozar la psicopatía, por la desconexión emocional que estaba sintiendo.”
De un tiempo para acá, también comenzó con la música. Lleva seis años en la Escuela Municipal de Música, explorando sus cuerdas vocales, su cuerpo…
Y hace dos años se atrevió con la interpretación. Asiste una vez a la semana a un taller de teatro. Al principio lo hacía solo para explorar y canalizar emociones, pero terminó subiéndose a las tablas y participando en obras teatrales.

Antes, decía que no a casi todo —cree que por eso no es tan conocida—, pero ahora se ha propuesto empezar a decir que sí, a pesar del miedo que le generan los egos. Se ha decidido a no cerrarse tanto.

Desde que empezó a decir sí, se ha visto envuelta en un sinfín de interacciones, encuentros y experiencias que la enriquecen y la hacen no parar. Porque, como ella misma dice, al final, se trata de seguir explorando… y de seguir viviendo.
Mayoli resalta con claridad que no todo está bajo nuestro control. En el grupo, la reflexión fue inmediata: la importancia de equilibrar los egos, de recordar que no somos salvadores del mundo, que nuestra tarea tiene límites y que aprender a asumirlos también forma parte del ejercicio profesional y del cuidado propio.
Y, como bien apuntó ella, reconocerlo no nos resta compromiso, sino que nos ayuda a no perdernos en la ilusión de que todo depende de nosotras.
Al final, se trata de acompañar desde la honestidad y la humanidad, sin olvidarnos nunca de quiénes somos ni para qué estamos.
Porque en este camino, lo que nos sostiene no es el control, sino la capacidad de mirarnos y mirar al otro sin miedo a las propias heridas.
Gracias, Mayoli, por abrirnos la puerta a tu historia, por mostrarnos sin filtros la realidad de un trabajo que a veces duele y otras tantas transforma. Gracias por recordarnos que la fuerza está en atreverse, en cuidarse y en no dejar nunca de explorar. Por tu generosidad, tu autenticidad y por hacer del trabajo social un espacio donde la pasión y la humanidad siempre tienen un lugar.

Escrito por Aránzazu G. Buttler

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