Si un mensaje claro hemos querido trasladar a través del Club de Liderazgo Social desde que se iniciara en enero del pasado año, es que conservar la esencia comunitaria y de acompañamiento del Trabajo Social resulta fundamental para lograr una transformación profunda en la sociedad.
Sin embargo, a modo de autocrítica, el pasado mes de abril pudimos observar que aún nos queda mucho camino para retomar esos inicios que fortalecían nuestra profesión. Hasta ese momento este espacio de encuentro se había caracterizado por un ambiente íntimo, en el que su máximo aforo habría sido de 18 compañeras y compañeros a alguna de las sesiones. No fue así cuando publicamos las inscripciones para un invitado muy especial, cuya sesión pondría el foco justamente en las prestaciones económicas. De un día para otro las inscripciones superaron nuestras expectativas, llegando hasta 43 los y las colegas de profesión inscritas.
Da qué pensar ¿no?
De igual modo, sea por lo que fuere, se dio una maravillosa tarde, de reencuentros, reflexiones y charla, mucha charla, que hubo que frenar para poder dar paso a una de las secciones que hacen que el Club cobre sentido: el relato profesional, en sinergia con lo vital, de nuestro invitado.
Un invitado con mucho desparpajo, sentido del humor y con una energía capaz de ser transmitida a las más de 40 personas allí presentes. Él es nuestro compañero, Carlos Rodríguez Alonso.
En el inicio de la exposición, lo primero que nos confesó es que su intención, a priori, fue estudiar turismo. Lo hacía porque su mejor amigo de la época también lo hacía, a pesar de no tener ni idea de idiomas. Sin embargo, su segunda opción fue Trabajo Social.
Nos contaba que, en el fondo, la esencia de la profesión había recorrido su cuerpo desde muy pequeñito.
Siempre fui muy inclusivo y me caracterizaba por mi rol de liderazgo. Ocurría, en ocasiones, que durante mi infancia había personas de mi edad que procedían de familias desestructuradas. De esos niños que rechazaban las familias de otros a los que les negaban tener relación, pero yo les echaba el brazo por encima y los introducía en mi grupo de amigos. Nos contaba nuestro compañero.
Lo cierto es que acabó en la diplomatura de Trabajo Social de la que, aunque siendo esta su segunda opción, desconocía completamente lo que luego podría hacer con ella.
Recordaba, con su gracia y salero, lo que supuso para él el primer día.
Llegué tarde y no sabía donde estaba el aula. Me encontré con una compañera en el pasillo a la que le pregunté y ambos entramos juntos. Cuando, de repente, alzo la mirada y me encuentro que en una clase de casi 114 personas, tan solo 4 chicos y lo demás chicas, me pregunté ¿¿¿dónde me he metido???
Allí empezó su andadura. Su promoción fue la de 2001-2004, y reconoce que desde ese instante se fue enamorando de lo que se convertiría en su profesión.
Al finalizar la parte teórica, realizó las prácticas en su ciudad natal, en el Ayuntamiento de Arucas, concretamente en Participación Ciudadana. Y sí, hasta ese momento todo iba sobre ruedas pero al adquirir el título entre sus proyecciones de futuro no se visualizaba como trabajador social.
Carlos, un trabajador nato donde los haya dedicó gran parte de su vida a la hostelería. También lo hizo mientras estudiaba.
Recién titulado, su primer empleo fue en un taller artístico haciendo figuras de bronce gracias a un amigo que trabajaba en ello. Nada que ver con la profesión, aunque ya sabemos el arte que hay que tener para ejercerla… Así que mal seguro que no le vino.
Tras ello, pasado un año, fue contratado por la entidad Las Palmas Acoge, en la Delegación Sur, en el área de personas migrantes.
En ese momento, no tenía ni idea de Trabajo Social. Sin embargo, esto no me impidió atender a entre 15 y 18 personas a diario. Nos contaba.
Cabe destacar que este primer ejercicio de la profesión lo llevó a enamorarse, no del trabajo social, sino de la que hoy en día es su compañera de vida. Vamos, ¡que nuestro compañero no sabe lo que es perder el tiempo!
El roce hace el cariño. Decía entre risas.
A lo largo de esta experiencia, conoció a un grupo de compañeras, durante una formación, que acompañaban a personas drogodependientes en otra entidad – Calidad de Vida -. Le llamó tanto la atención esta área que probó suerte preguntando si había alguna vacante libre para él.
No, ahora no, pero cada año, en enero, se realiza búsqueda de personal. Le respondió aquel grupo de colegas.
Mientras Carlos nos contaba esta anécdota, resaltaba la importancia de generar una amplia red de contactos a lo largo de nuestra trayectoria profesional, ya no solo que facilite nuestras intervenciones, sino que nos conozca para proponernos en otros puestos de trabajo.
Así como en enero del siguiente año, poco tiempo después de haber firmado un contrato como indefinido en el lugar en donde se encontraba, no es él quien hace la llamada sino que la recibe, siendo invitado a realizar una entrevista para formar parte del equipo de Calidad de Vida
Las condiciones eran parecidas. Por aquel entonces yo cobraba 843€ yendo y viniendo a Vecindario. Aquí parecía que el salario sería un poco mayor y, además, la distancia era más corta así que gastaba menos en gasolina.
Todas las personas allí presentes reíamos a carcajadas cuando, al comentar su salario, Carlos hablaba de que así sucedía antes…
¿Antes? Decía una vocecilla al fondo
A nuestro compañero le dieron el SÍ el mismo día que hizo la entrevista, permaneciendo en aquella entidad hasta un año y medio después, momento en el que, tras haber sido llamado hasta tres veces por el departamento de Recursos Humanos de Arucas a través de la mejora de empleo del SCE (esto SÍ que solo sucedía antes…), le advirtieron:
Es la tercera vez que te llamamos, si vuelves a rechazar la oferta no te llamo más.
Esta vez al que le tocó decir sí fue a él, y bendito sí diecisiete años después.
Comenzó su recorrido en la administración pública, con suerte, también en el ámbito de la drogodependencia, por lo que se sentía seguro en su labor. Se mantuvo en la UAD durante al menos, los nueve años siguientes.
Pasado el tiempo, la concejala de Servicios Sociales por aquel entonces lo convoca para una reunión en la que se le solicita un traslado a los Servicios Sociales de base ya que requerían de la “presencia masculina” en las oficinas.
Es que todas son mujeres y hay mucho abusador. Le decían
Pero… ¿ yo voy en calidad de trabajador social o de segurita?. Respondió él.
Inicialmente Carlos rechazaba el cambio, pero insistieron con todo el aprendizaje que allí iba adquirir porque podía intervenir en todos los ámbitos. Para él no fue una decisión fácil. Se sentía muy feliz con el trabajo que hacía en la UAD y su equipo, pero no le quedó otro remedio que aceptar.
Me habían dicho que por mi futuro despacho habían pasado hasta siete trabajadores sociales que no habían soportado la presión. Al llegar, me señalan una torre de hasta 250 expedientes para hacerme saber por donde comenzar.
Al instalarse se presentó a sus nuevas compañeras, las mismas que aún continúan. Para él son su segunda familia, sin duda.
Durante su experiencia en los Servicios Sociales de Base, Carlos siente que ha aprendido muchísimo más que en cualquier servicio específico.
Al fin y al cabo somos la puerta de entrada del municipio. Te puede llegar desde una situación de violencia de género hasta el abandono de un menor, o una casa que se prende fuego y a la que tienes que acudir para apoyar a la familia.
El compañero, en su relato, manifestaba que lo que ha hecho que se sienta aún más fascinado por la profesión es la gran red de profesionales que, inevitablemente, hay ido conociendo a lo largo de su recorrido.
Yo soy feliz y lo puedo decir a bocallena. Me siento ilusionado y me encanta lo que hago.
¿Quién lo diría, verdad? Casi nueve años en los Servicios Sociales de Base, eso que a la mayoría satura y va desmotivando con el paso de los años, sin embargo apasionante y lo que le llena la vida a Carlos. Supongo que estar rodeado de un buen equipo y esa actitud alegre y fresca es lo que lo mantiene fuerte y activo en el ejercicio de nuestra profesión.
Sí es cierto que, aunque no he tenido ningún problema, he aprendido a manejar la frustración cuando no he podido dar respuesta a necesidades de las personas a las que atiendo. Sobre todo cuando de recursos alojativos se refiere.
Para Carlos, como para todas las profesionales de lo social, enfrentarse a realidades en las que una familia entera no tenga hacia donde dirigirse es una de las situaciones que peor lleva emocionalmente.
Es verdad que no somos dioses, ni genios de la lámpara, pero siempre se intenta prevenir que estas personas lleguen a tal denigrante momento.
Destaca que el hecho de que “cada día, cada semana, cada mes” tenga que enfrentarse a nuevas situaciones y el estar continuamente reciclándose lo mantienen siempre ilusionado.
No lo sé todo ni lo sabré todo nunca. La humildad y la cercanía es prioritaria en nuestra profesión. Intento trabajar con cariño y afecto. He descubierto que, aunque no puedas ofrecerle cuestiones materiales a una familia, el amor, la escucha y la empatía a veces soluciona más problemas de los que creemos.
En medio de su discurso, una de las compañeras que asistieron aquella tarde de abril al Club de Liderazgo le preguntó cómo llevaba eso de trabajar en el mismo municipio en el que vivía.
Carlos sonrió antes de responder, con ese tono suyo entre serio y bromista:
—Pues mira, tengo varias anécdotas para responderte a eso. Cuando trabajaba en la UAD, recuerdo estar de paseo con mi pareja —en ese momento embarazada— por una de las zonas rojas de Arucas, donde suele haber menudeo, y me encuentro a dos de las personas que atendía por aquel entonces. Uno de ellos me suelta: “Carlos, ta’… ¿vas a ser padre? Déjame darle un beso en la barriga a tu mujé”. Mi pareja no sabía ni dónde meterse, pero le acabaron dando el beso y deseándole suerte.
—Trabajar en el municipio en el que vives es trabajar de lunes a lunes. A mí me veían en el Hiperdino un sábado por la tarde haciendo la compra y me preguntaban por la prestación que habían tramitado esa semana. Yo, cuando me organizaba para ir al súper, ya contaba con ese tiempo extra.
—Muchas amigas de mis hijas están en el Programa de Infancia del municipio…
Se encogió de hombros, como quien ya ha hecho las paces con esa realidad.
—Es complicado, pero lo llevo bien. Ya casi tengo automatizado el chip de trabajador social.
Este tipo de situaciones hizo que en septiembre de 2023 vendiera su casa en la que llevaba toda la vida. Según nos cuenta, durante cuatro años en los que vivió en aquel barrio junto a su familia, cada Navidad se veía haciendo comida para el resto del vecindario.
¿ Ustedes saben los tuppers naranjas del Mercadona? Cuatro años consecutivos me he visto repartiendo sopa de pollo a las familias del barrio cada 24 de diciembre. Nos relataba con gran sentido del humor.
Carlos sigue viviendo en su municipio del alma, pero mejor guardamos su ubicación en secreto. Por si…
En definitiva, me gusta el trabajo social, quiero al trabajo social, y me gustaría adelantarles mi predisposición para apoyarles en lo que sea necesario. Nuestro equipo y yo consideramos que compartir siempre hace que el trabajo sea más llevadero.
Aquel 29 de abril fue una tarde de reencuentros, de charla, de red, de risas y, sobre todo, de cuidado.
Gracias, Carlos, por recordarnos que el Trabajo Social también es alegría, humildad y ternura. Gracias por abrirnos las puertas de tu historia – que no de tu casa -, por desnudarte profesional y vitalmente con tanto humor, frescura y cariño. Gracias por hacernos sentir parte de tu relato, por hacernos reír, pensar y emocionarnos.
Y, sobre todo, gracias por recordarnos que aún hay muchas formas bonitas de ejercer esta profesión.
Esto es TRABAJO SOCIAL.
Escrito por Aránzazu G. Buttler
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