¿Qué te motivó a iniciar o formar parte de este proyecto?
“Por-No Hablar” nace en 2021 porque la pornografía se ha convertido en la principal fuente de educación sexual de la juventud. Como trabajadora social viví una experiencia que me marcó profundamente: se popularizó un vídeo en el que un hombre metía la cabeza de una mujer en una vasija mientras la penetraba. Poco después, las mujeres en situación de prostitución que atendía comenzaron a contarme que los demandantes les pedían reproducir exactamente lo que habían visto en ese vídeo. Fue un impacto brutal darme cuenta de cómo lo que aparece en una pantalla, en apariencia lejano, termina siendo demandado en los cuerpos de mujeres reales. Ahí entendí que la pornografía no pretende mostrar sexo, sino enseñar a mirar a las personas como objetos, como herramientas de placer. Y eso mismo sostiene el sistema prostitucional.
Esa vivencia me atravesó y me hizo sentir con claridad que no podíamos seguir mirando hacia otro lado. Sentí que era urgente actuar en la prevención, desmontar los mitos del porno y abrir espacios de diálogo con jóvenes, familias y profesionales. Porque si no hablamos de sexualidad, la pornografía seguirá ocupando ese vacío, transmitiendo un modelo de deseo y de relaciones basado en la violencia y la desigualdad. “Por-No Hablar” nace de esa certeza, pero también de la convicción de que podemos construir otros relatos, basados en el respeto, el consentimiento y la ternura.
¿Cuál es el objetivo principal del proyecto y qué necesidades busca cubrir?
El objetivo de “Por-No Hablar” es abrir una conversación colectiva sobre un tema que hemos dejado en manos de la pornografía. No se trata solo de impartir talleres, sino de tejer comunidad: jóvenes que aprenden a cuestionar lo que consumen, familias que recuperan su papel como referentes y profesionales que se sienten acompañados. Nuestro propósito es transformar la manera en que entendemos la sexualidad, porque si dejamos que el porno siga siendo la escuela principal, estaremos educando en violencia, desigualdad y cosificación. Queremos prevenir esa normalización de la violencia sexual y reemplazarla por referentes basados en la igualdad, el consentimiento, la ternura y también el placer compartido. La necesidad es evidente: en cada taller escuchamos a jóvenes decir que nunca han hablado de sexo en casa, que lo único que saben lo han aprendido en el porno o que no sabían que podían decir que no. Este proyecto busca que esas frases dejen de repetirse, creando espacios seguros donde podamos hablar de sexualidad con libertad, respeto, ternura y placer.
¿Qué rol desempeñas tú dentro del proyecto?
Soy la coordinadora de “Por-No Hablar”, lo que significa diseñar y planificar las acciones, coordinar al equipo multidisciplinar y evaluar los resultados. Pero mi rol no se queda solo en la gestión: también estoy en los talleres y en los espacios comunitarios, porque creo que es esencial mantener el contacto directo con jóvenes, familias y profesionales. Más allá de la coordinación, me gusta pensar que mi papel es el de acompañante: sostener los silencios que se rompen, acoger las dudas que no se atreven a expresar y guiar las reflexiones que nacen cuando por fin hablamos de lo que normalmente se calla. Ahí es donde el proyecto cobra todo su sentido.
¿Qué aprendizajes te está dejando esta experiencia como trabajadora social?
Este proyecto me ha reafirmado en por qué amo el Trabajo Social. Nuestro oficio consiste en mirar donde otros prefieren no mirar, en abrir conversaciones incómodas y en acompañar procesos de transformación reales. He aprendido que la juventud tiene una necesidad enorme de hablar de sexualidad y que, cuando les ofreces un espacio seguro, no solo participan: se implican con fuerza, cuestionan lo aprendido y agradecen poder hacerlo sin miedo ni juicios. He confirmado que las familias y los profesionales también quieren estar ahí, pero necesitan apoyo y herramientas. Y lo más revelador ha sido ver que, aunque los mensajes de la pornografía están profundamente interiorizados, no son una condena: se pueden desaprender. Cuando trabajamos con jóvenes, descubrimos que no quieren vivir una sexualidad que les impone imposibles, que les presiona con cuerpos irreales o prácticas que no disfrutan. Quieren sentir de verdad. Y ahí se abre la posibilidad de construir relaciones basadas en el consentimiento, el deseo mutuo, el placer compartido y la ternura. Lo que más me llevo es la certeza de que la transformación es posible y que el Trabajo Social es la herramienta perfecta para acompañarla. Frente a un sistema que nos quiere aislados y consumiendo, el Trabajo Social me ha enseñado que la única respuesta es la comunidad, y esa convicción es la que me mueve cada día.
¿Qué apoyo o colaboración te gustaría recibir desde la comunidad colegial?
Lo que más me gustaría es que la comunidad colegial se convirtiera en una aliada para romper tabúes. Que juntas y juntos podamos demostrar que el Trabajo Social no solo acompaña, sino que también transforma. Contar con el Colegio y con la comunidad colegial significa multiplicar la capacidad de llegar a más espacios y personas, legitimar nuestro trabajo y dar fuerza a un tema que todavía muchos prefieren silenciar. El apoyo colegial no es solo institucional: es sentirnos red, reconocernos entre colegas y respaldarnos mutuamente para que el Trabajo Social ocupe el lugar que merece en esta conversación.
¿En qué crees que el Trabajo Social marca la diferencia en este tipo de iniciativas?
El Trabajo Social marca la diferencia porque nos da una mirada integral: entendemos que la sexualidad no puede abordarse solo desde lo individual, sino también desde lo comunitario y lo estructural. Sabemos que detrás del consumo de pornografía no hay solo una conducta aislada, sino un sistema de desigualdad y violencia que necesita ser cuestionado. Nuestra profesión también aporta cercanía y humanidad: llegamos sin juicios, generando confianza para que jóvenes, familias y profesionales puedan hablar de lo que normalmente se calla. Esa escucha activa es la que abre puertas a la transformación. Y aportamos comunidad: frente a un sistema que nos quiere aislados y consumiendo, el Trabajo Social apuesta por el apoyo mutuo y la construcción de alternativas colectivas.
Hablar de pornografía y de sexualidad desde el Trabajo Social significa también señalar los silencios institucionales, las brechas educativas y la necesidad de políticas públicas valientes. Somos una profesión incómoda para el sistema, y precisamente ahí radica nuestra fuerza.
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Una palabra que te defina como profesional:
La palabra que me define es ternura. Creo profundamente en la ternura como una forma de resistencia y de transformación social. En un mundo que erotiza la violencia y la desigualdad, la ternura es una manera de recordar que otra sexualidad, otra forma de relacionarnos, es posible. Para mí no es algo blando, sino una fuerza transformadora: ternura es sostener un silencio difícil en un aula, es escuchar a una familia sin juzgarla, es recordar que detrás de cada dato y cada diagnóstico hay personas con sueños, miedos y deseos. El Trabajo Social, para mí, se sostiene en esa mirada: acompañar con afecto y humanidad. La ternura es la raíz de todo lo que hago como trabajadora social.
Una canción que acompañe este momento de tu carrera:
La canción que me acompaña es “Perra” de Rigoberta Bandini. Me inspira porque resignifica un insulto y lo transforma en un grito de poder y libertad. Para mí conecta con lo que supone ser mujer y hablar de pornografía desde el Trabajo Social: adentrarse en un terreno incómodo, lleno de resistencias y prejuicios, pero absolutamente necesario de abordar. Igual que la canción, este proyecto busca darle la vuelta a lo que nos han impuesto y abrir espacios de reflexión crítica y liberadora. “Perra” me recuerda que la rebeldía también se hace con ternura, que el autocuidado es político y que incluso desde la incomodidad podemos generar transformación social.
Un deseo para el futuro del Trabajo Social:
Mi deseo es que el Trabajo Social siga siendo una profesión incómoda para el sistema. Que no se conforme con lo asistencial ni con lo mínimo, sino que mantenga siempre su esencia transformadora: la defensa de derechos, la prevención de violencias y la construcción de comunidad. Sueño con un futuro en el que se nos reconozca como una voz imprescindible en los debates sociales y políticos, y en el que nuestra mirada —capaz de unir lo personal con lo estructural— ocupe el lugar que merece. Porque frente a un mundo que nos quiere aislados y consumiendo, el Trabajo Social nos recuerda que siempre hay comunidad, y ahí radica nuestra mayor fuerza.